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El olvido de las razones

Inicia como cosquillas antes que puedas concebir el plano que abarca la semántica lingüística. Antes que las palabras que ondean el exterior comiencen a rozarte molestamente. Pellizcos constantes, como el agua que horada la roca. Como el vértigo de renunciar se crea por la precipitada dirección de otras experiencias jamás contadas; que no son propias, pero que coincidieron en ese sentir y, de ese sentir nacieron, dejando que su cuerpo creara una historia aberrante.
No importa cuánto, o si antes bailabas con el destino, sin darte cuenta del baile siquiera.
La risa no piensa en la broma. Ni en el viento congeniando la piel erizada.
Tampoco importa cuánto intentemos encajonar los sueños; el resto y, no éstos, siempre serán solo objetivos a corto plazo.
Entre hitos circundantes, emociones manipuladas y con el volumen bajo, se deja a la buena intención y la facticidad lógica adueñen los contratos.
No sientes más cosquillas, ni el estómago te arde con euforia. Tienes solo el aire suficiente para exhalar que no recuerdas muchas cosas…
Casi que vuelves a resignar las más profundas intensiones con el «¿Por qué?» de tantas otras.
Pero, esta vez como muy pocas, no lo haces. Te quitas los zapatos, pisas y sientes las cosquillas… del cielo bajo tus pies.

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