Conmigo, sin ti.

Otra vez he quedado sola con mi soledad. Sola y moribunda, desde el retorno remembrante de la finitud. Con una respiración que me abarca y me llena, me comprime la garganta. Me arrodillo nauseabunda, queriendo expulsar este vacío. Las cuerdas de mi voz compungidas, vibran ante el canto de los más hondos sentimientos. La sinfónica tocaba una sonata para violín y piano, que me hacía bailar, al compás del recuerdo de tu rostro en el salón esperándome. Acaricié ese recuerdo con mis manos en el aire y, te esfumaste de nuevo. Lacrimosa mi alma tripartita desde que me confesé a ti, como una cierva de este desvelo que me acompaña ante la idea de tu ser. Eras dueño de mi alma y lo sabías, pero dejaste que acaezca en el rio del olvido por otros ceses mundanos. Y la nostalgia no me permite soltarme al llanto impotente de tenerte y no poseerte. Amado mío y no tan amado, sin medida de lo que refiere amar me sumerjo, en imaginar que aún existes, y tropiezas con un paisaje pleno de mi silueta esbozada por las sombras, sombras que jamás te harán reencontrarte conmigo en momentos de agonía. El suplicio dejará de acontecer para ambos si decides regresar a mi lecho, de inhóspita abundancia. Soy las tinieblas y el cielo, el ruido y el silencio. Lo que desees será mi deseo. No puedo prometerte nada a cambio, más que un sinfín de pensamientos hacia ningún lugar y quizá algunos sobre este mundo que aprisiona nuestros cuerpos. Y estas letras, por muchas en la piel me abarcan, tajantes hasta que sangran de poesía y desolación. Ten consideración de mi existir, aún sigo aquí esperándote…