Aún me pregunto muchas cosas… lo más probable es que tenga un sinfín de inconclusiones, un desvarío racional y múltiples procesos orgánicos coalicionando; entre otros detalles por alegarme. Pero hay algo que me deja inquieta, por ser simplemente posible y completamente contracultural. Me refiero a esa idea del anhelo por perecer y, encontrarse en ese rencóndito momento de inerte aceptación. Aceptar nuestra finitud en este mundo. No pareciera una locura dicho de ese modo, pero es cierto, estigmatizado el deseo por una lógica que solo nos lleva a un reproducir constante, pareciera que el espiral nunca acaba. Ese “parecer” busca el ajetreo de ni siquiera pensar en que acabe. Oscila entre deber y sensaciones readaptadas. Pues ¿Qué sabemos sobre qué es “sentirse bien”? Quizás esa pregunta implica una resignificación ética. De todos modos, no me avergüenza admitir que “el deber de ser feliz” se me pudrió entre críticas. Proyecto entonces: mi cuerpo en absoluto reposo, por sobre una cama de hospital y sábanas blancas. Abro los ojos y mi vista borrosa me obliga a parpadear. Puedo oír mis pensamientos de nuevo, los sedantes me habrían dejado en un estado hipnótico en el cual desaparecí por unos momentos. Sin embargo están en paz. No tengo miedo y es peligroso, para mi supervivencia. Peligroso para las bases estructurales de una evolución en la historia. ¿Por qué el miedo a morir es aún el motor fundamental de todas nuestras posibilidades? Hay posibilidades por fuera del espiral, hay posibilidad de que el miedo a vivir sea, incluso, mucho más lógico que el de ese destino inevitable.
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Tremendo!!!
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Arrancas esta entrada con las dudas tras las dudas, con esa revoltura que anima el caos y nos revuelca para encontrarle las puntas a una madeja y desde allá desatar nudos que nos llevan a otros nudos. Que delicia leerte ahora.
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